domingo, 16 de noviembre de 2008

La República de Saló

La caída de Mussolini en 1943, propiciada por la disidencia de opinión de sus correligionarios fascistas y del Rey Victor Manuel III, provocó un brusco cambio en Italia en muchos aspectos, sin embargo, el más importante y el que nos interesa es el cambio producido con respecto a la guerra. Así, una vez se retiró al Duce de la vida política italiana se formó un nuevo gobierno, el cual estaba presidido por Pietro Badoglio. Dicho gobierno tenía intenciones muy distintas al respecto de la guerra de las que se habían llevado hasta entonces. Este cambio es comprensible dada la catastrófica situación de Italia. El nuevo gobierno se apresuró a negociar con los Aliados, con el fin de que se prodejese el cese de las hostilidades.

En efecto, el armisticio se produjo tal y como se había propuesto el gobierno del Mariscal Badoglio. Sin embargo, debemos tener en cuenta que parte del ejército alemán estaba en territorio italiano, ayudando a las tropas del Duce a que el desembarco que se había producido no hace poco, no avanzase más de lo que había avanzado ya.

A esto debemos unirle el hecho de que, si bien es cierto que el armisticio con los Aliados trató de llevarse con el máximo secretismo, Hitler, que era participe de la situación italiana y de la del Duce y, que desconfiaba del nuevo gobierno italiano, se movió de forma rápida, enviando a Italia más tropas, para lograr mantener el control. En lo que respecta a Mussolini, que había sido confinado en los Apeninos, el canciller alemán mandó que fuese rescatado. Esta misión, que fue llevada a cabo por el coronel de las SS Skorzeny, acabó con la liberación de Mussolini y su posterior traslado a Alemania.

Así, una vez liberado el Duce y atrincheradas las fuerzas alemanas en la parte de Italia que no estaba ocupada por los Aliados, la cual era, con mayor o menor acierto, la mitad norte del país, Hitler decidió poner al frente al Duce y, se creó la República Social Italiana o República de Saló.

La República Social Italiana no puede compararse, ni mucho menos, con la Italia de 1942. Se trataba de un régimen que no era, en nada, autonomo. Era, como muchos no dudan en calificarlo, un régimen títere de la Alemania nazi. La poca libertad de actuación que se tenía estaba dedicada a reclutar soldados, a mantener la guerra y a dar caza a aquellos antiguos compañeros del Duce que habían votado contra él en el Gran Consejo Fascista. Aunque incluso en esto último y, de alguna manera, todo estaba condicionado por Berlín.

Además, los ciudadanos no solo debían soportar lo que conllevaba la guerra, ya sea en forma de escasez o de pérdidas, sino que se debía soportar a un ejército que estaba allí atrincherado y que despreciaba a los italianos. La frase de un volumen del Reader´s Digest explica la situación de un modo formidable, "el aliado de ayer se ha convertido en el enemigo de hoy". No obstante, si la población padecía de esta forma, la suerte los judíos y demás personas de razas no deseadas fue mucho peor.

La caída definitiva de Mussolini supuso el fin de la República Social Italiana, sin embargo, la caída de éste no se produjó porque los Aliados hubiesen llegado hasta él, si bien es cierto que, tan avanzada la guerra, les quedaba poco, sino que fueron los propios partisanos italianos los que le capturaron, ahorcándolo en 1945.

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